domingo, 22 de mayo de 2016

Santa María, por el Gallito de Roca

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Y ahí estábamos.  Los tres esperábamos dentro del carro, con las ventanas cerradas, a que el agua dejara de caer y salir a pajarear.  Eran las siete y treinta de la mañana y ya llevábamos cerca de dos horas esperando que el clima nos dejara disfrutar de La Almenara.  El sitio queda a 10 minutos de Santa María por una carretera destapada pero fácilmente transitable en la vía que conduce a San Luis de Gaceno.  En el camino, entre gallinas y gallos que pasaban de un lado a otro de la carretera húmeda y nublada pudimos ver la primera gran observación del día: un Aramides cajeneus atravesando la carretera en tres tiempos como si se tratara de un peatón indeciso en un gran ciudad.

Sergio y yo habíamos llegado la tarde anterior después de un viaje de cuatro horas por una carretera que ha sido mejorada en los últimos meses, de acuerdo a comentarios de varios viajeros que nos encontramos en Santa María.  La carretera es famosa por una decena de túneles que atraviesan montañas repletas de agua y así hacer menos tortuoso llegar a los Llanos Orientales desde la Sabana de Bogotá.  Llegando al pueblo la calidad de la carretera disminuye y se convierte en una vía mayormente destapada pero con buen estado para transitar.  El recorrido desde Bogotá nos tomó tres horas y media, una hora desde la ciudad hasta el Embalse del Sisga y dos horas y media desde el Embalse hasta la cabecera municipal de Santa María, Boyacá.

Nos hospedamos en el Hotel La Esmeralda, sitio predilecto de pajareros y trabajadores de todos lados para pernoctar en el pueblo.  Es un hotel muy cómodo, aseado, tranquilo y con empleados muy amables y dispuestos a colaborarle a los huéspedes con sus necesidades; acordamos con la encargada del restaurante que pudiéramos desayunar a las 5:30 a.m. para poder ir a pajarear tranquilamente toda la mañana.  Al medio día hacen almuerzos, ofrecen tinto para el sueño y cervezas por la noche para hacer las listas de las aves observadas durante en el día y lamentarse por las que no se pudieron ver.

La misma tarde que llegamos decidimos dar una vuelta por los alrededores del hotel y pajarear un rato.  Bajamos al Río Batá y de allí al camino que conduce a la Quebrada la Cristalina, un famoso sitio del pueblo para pasar las tardes calurosas del piedemonte llanero.  La caminata duró cerca de dos horas hasta que el agua empezara a caer y nos anunciara que esta es una zona húmeda y que la lluvia es parte permanente del paisaje.  La primera parte de la pajareada, antes de llegar al río, fue por las calles del barrio vecino al hotel, lleno de árboles enormes, varios frutales y algunos solares de casas pequeñas y a medio construir.  Mientras los niños jugaban en las calles sin pavimentar, nosotros veíamos 50 especies diferentes de aves, diez de las cuales eran totalmente nuevas para mí.  Para resaltar de mis diez lifers, me gustaría mencionar Amazilia fimbriata, Pachyramphus cinnamomeus y Cyanerpes cyaneus.  El primero es un pequeño colibrí de pico naranja, pecho blancuzco y cola verde.  El segundo es un cabezón de color canela parecido a la hembra de P. rufus pero de color parejo y más encendido.  El tercero es un mielero azul y negro con patas color naranja y la hembra es de color verde, pecho blanco levemente rayado y ceja blanca.

La segunda parte del recorrido la hicimos por una carretera poco transitada con pastizales boscosos a lado y lado una vez se cruza el río por un puente peatonal que vibra con cada paso.  Esta zona es mucho más rural y pudimos ver otras maravillas de las cuales otro tanto eran nuevas para mí.  Me gustaría mencionar dos de estas especies que estaban en un mismo árbol esperando a que las cogiera en doble play. Se trata de Cissopis leverianus y Colonia colonus.  Ambos estuvieron muy quietos, tan quietos que casi no veo a los C. colonus si no es por la distorsionada conversación que sostuve con Sergio sobre la cola larga que no tiene el C. leverianus.  Otras especie que pude ver después de un gran esfuerzo fue Conirostrum speciosum.  Los cuatro individuos de esta especie estaban en un gran árbol muy cerca de su copa y como fondo un cielo nublado que no dejaba pasar la luz tan necesaria para apreciar la belleza de esta especie de tangara.  Con muchas maromas y un poco de imaginación, logramos ver el color rufo por debajo de la cola que caracteriza el macho de esta hermosa ave.  Al final, la poca luz no me permitió fotografiar a C. speciosum, pero sí logré fotografiar a uno de sus posibles depredadores: Rupornis magnirostris.

Espantados por el agua, nos fuimos para el hotel a esperar a nuestro contacto local para coordinar las pajareadas de los próximos días.  Nos reunimos con Eibar Algarra en las oficinas de una ONG local en una de las esquinas que rodean la plaza principal del pueblo.  Tanto Eibar como la líder de la oficina fueron muy amables con nosotros contándonos historias, hablándonos de las actividades que realizan con la comunidad, de los sitios por conocer, de sus visitantes ilustres y hasta nos regalaron varios recuerdos de Santa María que se nos quedaron y nos sirve como pretexto para volver.  Les conté de mi interés en conocer el Gallito de Roca (Rupicola peruvianus) y que fue una de las razones en venir al pueblo gracias a la fama que tienen los senderos de Santa María para encontrar esta hermosa joya de la naturaleza.  Acordamos con Eibar que David Rodríguez, un pajarero bogotano que hace su tesis de pregrado en la región, sería nuestro compañero de aventura como guía local.  Hablamos telefónicamente con David y quedamos en vernos en el hotel a las cinco y media de la mañana para ir a La Almenara.

Y ahí estábamos.  Los tres alistando nuestra ropa, las guías, los binoculares, cámaras fotográficas y demás artilugios para empezar la pajareada.  La lluvia fuerte había cesado y solo quedaba un suave rocío que no nos retrasaría más el recorrido.  Dejamos el carro aproximadamente a trescientos metros de la portería que restringe el acceso al sendero porque un derrumbe amenazaba la vía y era mejor ser precavidos y no exponernos a quedar atrapados si el derrumbe finalmente sucedía.  La amenaza de lluvia y una fuerte neblina que se asomaba a lo largo del camino me llevaron a tomar la decisión de no llevar mi cámara fotográfica; una gran lástima porque el sendero es perfecto para la fotografía: amplio, en buen estado, bastante plano y con un hermoso bosque a lado y lado del sendero (en realidad es una carretera que conduce a algún sitio de la hidroeléctrica Chivor y una base militar).


La Almenara 2
La Almenara @Santa María, Boyacá.
Mis avezados amigos pudieron ver u oír 65 especies de aves distintas en este recorrido. Mi cuenta se limitó solo a 48 especies de las cuales nueve eran nuevas para mí.  Todos los avistamientos fueron emocionantes pero me gustaría hablarles de dos en particular. El primero de ellos fue un saltarín llamado Dixiphia pipra; una pequeña ave de cuerpo negro, cabeza blanca y ojos rojos.  Siempre es emocionante ver saltarines porque son aves muy llamativas, rápidas y relativamente escasas.  Al principio lo confundí con Lepidothrix isidorei pero llegó un momento en que nos posó de espalda y no pudimos ver el plumaje azul que caracteriza esta última especie por lo que concluimos que se trataba de Dixiphia pipra. Más tarde mis amigos verían la hembra de Lepidothrix isidorei mientras descansábamos y comíamos algo para reponer fuerzas.  El segundo avistamiento que me emocionó más fue Malacoptila mystacalis. Este bobito es una de esas aves que todo el mundo oye y ve mas yo en mis casi cinco años de pajarear, nunca lo había podido ver.  Definitivamente no hay nada como ver el ave en libertad en su entorno. La cámara no es capaz de de captar la belleza y los colores de esta ave en su estado natural. Su color es cobrizo y los puntos de su cuerpo contrastan muy bien con ese fondo brillante que nuestros poderosos instrumentos electrónicos no son capaces de captar con toda precisión.

La pajareada en La Almenara ha sido una de las salidas más raras de mi corta trayectoria como aficionado a las aves.  A eso de las diez de la mañana recibí una noticia muy importante y a partir de allí mi concentración disminuyó enormente. Claramente este pasatiempo requiere que uno le ponga todo el corazón y la mente a buscar a nuestros pequeños amigos alados y si alguno de estos dos elementos falta la diversión no es la misma. Esta noticia me emocionó tanto que mi cabeza ya no estaba allí. Solo estaban mis ojos y unos binoculares que los hacían más potentes.  Mi mente estaba muy lejos.  Tal nivel de desconcentración me imposibilitó ver la hembra de Lepidothrix isidorei que estaba en frente de todos pero que afortunadamente mis dos compañeros de camino lograron ver a la perfección.  La pajareada del segundo día terminó para mí con la noticia recibida aunque estuvimos en el sendero un par de horas más.  Regresamos al pueblo y debido a la noticia tuve que realizar unas tareas remotamente desde el hotel así que no hubo más salidas ese día.  Esa noche, vimos como llegaba un bus enorme al hotel con una veintena de estudiantes de biología de la Universidad de los Andes y con el profesor Andrés Cuervo como su líder.

Ya con el corazón y la mente nuevamente en las aves, empezamos la mañana del tercer día en Santa María buscando un sendero que satisficiera nuestras ganas de ver pájaros.  No pudimos coordinar con Eibar el ingreso a Hyka-Quye por lo que decidimos aventurarnos a un sendero que conocía David muy cerca de este reconocido lugar en Santa María y en donde suponíamos podría estar el Gallito de Roca.  Llegamos al sitio y resultó ser el camino de acceso para los escaladores que realizan el mantenimiento de torres electrícas de alta tensión de la región.  El terreno era muy escarpado por dentro de la ladera de una montaña enorme a las afueras del pueblo.  No logramos ver mayor cosa pero conocimos un sitio muy bonito lleno de agua y tùneles de desague de la Represa La Esmeralda, fuente de la hidroeléctrica Chivor.  Un poco desesperados porque no teníamos un sitio a donde ir, decidimos ecuchar a David nuevamente y nos fuimos en busca de un sitio llamado Cachipay.

Cachipay es un paraje que hay en la vía Santa María – San Luis de Gaceno y que sirve de acceso a la Vereda San Rafael.  Allí hay una base militar que custodia ese punto de la geografía nacional. Estacionamos el carro al frente de la entrada de la base militar en donde un par de soldados nos prometieron “echarle gafas” al vehículo mientras caminábamos por la carretera.  Decidimos caminar desde esta portería hacia el norte, en el camino que conduce a la Vereda San Rafael.  Es un sitio de pastizales con bosque a lado y lado de la carretera y quebradas repletas de agua bajando de la montaña.  En el camino pasamos por un puesto de control de la misma base militar que controla el paso hacia la vereda y que más tarde entendimos era la misma base militar en el sendero de La Almenara.  Nos identificamos y pudimos continuar nuestro camino y pajareada.

Sin duda alguna este fue el sitio más generoso por cantidad de especies vistas.  Como grupo observamos 81 especies diferentes de aves.  Por segunda vez en mi vida pude ver Coccycua minuta, un cuco parecido al Piaya cayana pero más chico y de ojo rojo.  También tuve la oportunidad de ver una mirla que no había podido observar bien en Guayabetal un par de años atrás: se trata de Turdus nudigenis, una mirla café claro con un marcado anillo ocular de color amarillo y borde grueso.  Otro registro nuevo para mí fue Arremon taciturnos. Le estuve haciendo “cacería” por cerca de media hora pero no fui capaz si quiera de disparar una sola vez el obturador de mi cámara fotográfica; una completa lástima pues es un gorrión muy llamativo por su máscara negra, pecho blanco y alas color oliva.  A mitad de camino, nos tropezamos con un pájaro pequeño de color amarillo e inquieto.  Eran dos individuos que no pudimos identificar en ese momento pero que logramos fotografiar, a manera de registro, para más tarde tratar de identificarlo.  La tarea quedó pendiente en Santa María y solo un par de días después, ya en Bogotá, se determinó que se trataba de Capsiempis flaveola.

Coccycua minuta
Coccycua minuta @Santa María, Boyacá.
Una vez más la lluvia nos sacó corriendo de la pajareada.  A lo lejos se oía el crujir del bosque con el agua cayendo y ésta se acercaba cada vez más a nosotros.  Aligeramos el paso y nos devolvimos al pueblo a almorzar y descansar un poco.  Repuestos, decidimos ir a otro sitio bien conocido para pajarear sugerido por Sergio.  Se trataba de la carretera Santa María – Mámbita.  La lluvia amenazaba en cada paso que dábamos y los pájaros no colaboraban.  Estuvimos solo un rato corto de tiempo hasta que la lluvia volvió a espantarnos y decidimos regresar al pueblo y dedicarnos a pasar el tiempo y descansar.

A la mañana siguiente nos encontramos a las cinco y treinta nuevamente para ir al sendero Hyka-Quye de AES Chivor y de allí devolvernos a Bogotá para poner fin a la aventura de cuatro días en Santa María.  Después del desayuno respectivo salimos con el profesor Andrés Cuervo, Eibar y cuatro jóvenes estudiantes de la Universidad de los Andes hacia el sendero.  Es un sendero maravilloso al lado del río Batá, entre montañas enormes con paredes de piedra de gran altura y bosques en muy buen estado.  El sendero es un carretera ancha usada durante la época de la construcción de la Represa La Esmeralda y la Hidroeléctrica Chivor.  El recorrido ida y vuelta son de cerca de 3 kilómetros con un nivel de dificultad muy bajo.  El río es claro, de aguas azuladas y una corriente moderada que provoca entrar y darse un chapuzón.


Hyka-Quye
Hyka-Quye @Santa María, Boyacá.
El profesor Cuervo y sus alumnos pusieron redes de niebla para el desarrollo de su actividad académica.  Nosotros, nos dedicamos a pajarear todo el sendero buscando la razón aviar de nuestra visita a Santa María: El Gallito de Roca.  Los primeros en avistarlo fueron los alumnos con su profesor después de una de las varias quebradas que atraviesan el sendero y caen en el río Batá.  La observación me llenó de envidia pero al mismo tiempo de esperanza porque estábamos seguros por allí estaba el Gallito de Roca y que era cuestión de llenarnos de paciencia para poder observarlo.  En su búsqueda, vimos especies igualmente maravillosas como Penelope argyrotis, Hirundinea ferruginea y muchos Psarocolius angustifrons.  Hasta que al fin pudimos verlo y cumplir el objetivo primordial de la visita a Santa María.  El primer individuo que observamos fue una hembra y luego la pareja completa.  No pude tomar una buena foto pero sí logré disfrutar de su belleza. Es un pájaro grande, el color del plumaje del macho es un naranja rojizo muy brillante y que contrasta fuertemente con el entorno verde que lo rodea. Por su parte, la hembra tiene un plumaje color naranja quemado y es igualmente grande que el macho.  Al final del recorrido de cerca de cuatro horas vimos 43 especies distintas de aves. Un muy buen número y sobre todo una pajareada muy buena con nuevos amigos.

El viaje de vuelta fue igualmente fácil por la misma vía por la que llegamos.  Nos tomó las mismas cuatro horas volver con paradas a comer sancocho de gallina, carne asada y comprar chicharrones de cuajada en la carretera.  Sin duda alguna una de las mejores salidas a pajarear que he hecho y un sitio muy recomendado para mis amigos pajareros. 

Listas completas de aves en eBird:
1. Camino a la Quebrada La Cristalina.
2. La Almenara.
3. Cachipay.
4. Hyka-Quye.

4 comentarios:

  1. gracias visitare la zona muy interesante tengo algún familiar por la zona

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  2. Que aventura tan bien narrada :D, muy buenas fotos y buenas historias. Saludos Neil

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  3. ¡Maravillosa tu aventura y tu narración (en lo cual concuerdo con el anterior comentarista)! Me encontré de casualidad con esta historia y estoy encantada. Abrazos y felicitaciones.

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  4. Gracias Diana, David y Giovany por sus comentarios. Diana, leerte a ti y a Thomas me inspiró a crear este blog. Gracias infinitas.

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